miércoles, 22 de septiembre de 2010

Escuela de Monte Chingolo

Yo te entiendo que a veces no dan ganas, que muchas veces parece que la zanahoria que te ponen delante no la alcanzarias jamas, te comprendo que un domingo por la tarde no te ganas de leer cuando empiezan los partidos y el mate esta justo
Pero considero que la forma màs sana y rebelde de enfrentar a este sistema individualista nefasto es Estudiar, dominar la tècnica que impera en la naturaleza cualquiera que se ella.
Estudiar no solamente por vos, sino por los demàs, que desconocidos tal vez esperan algo de vos, pero siempre hacerlo es la manera màs cotidiana e insurrecta de enfrentar al sistema, cuestionarlo, presionar sobre el en busca de la liberaciòn. subcomandantekanu

lunes, 6 de septiembre de 2010

GENTE y la "Carta abierta a los padres argentinos"

Encontré esto de revista gente de 1976.
En estos días se escucharon cosas parecidas relacionadas
con la toma de los colegios secundarios en la Ciudad Autónoma
por parte de los jovenes estudiantes.

Buenos Aires, 16 de diciembre de 1976
(Revista “Gente”. Texto completo)
Carta abierta a los padres argentinos
Pasaron los buenos y viejos tiempos. ¿Se acuerda? Un día de marzo. Primer día de clases. Guardapolvo blanco y almidonado. Trenzas. O moño azul. Su hijo o su hija “empezaban la escuela”, como solía decirse. Mucha emoción, un poco de miedo, algunas lágrimas. Pero en el fondo, una gran tranquilidad. “Me dijern que la señorita Rodríguez es una monada, que quiere mucho a los chicos”. Después, la primera fiesta patria. Y su hijo, a lo mejor, abanderado. Los buenos y viejos tiempos.

Así, a vuelo de máquina, le quiero recordar algunos hechos, algunos nombres, algunas cifras. Después del 25 de mayo de 1973, cuando Cámpora asumió el poder y liberó a los guerrilleros, la izquierda marxista que había trabajado en todos los frentes para facilitar ese asalto al poder recibió el premio más codiciado: la conducción de la educación del país. Un marxista ocupó el Ministerio y un cura tercemundista que había dejado los hábitos para casarse quedó como responsable de la enseñanza privada. La guerrilla ocupó facultades, expulsó profesores y convirtió las aulas que usted pagaba -no lo olvide, que usted pagaba- en arsenales y muestrario de hoces y martillos y banderas rojas. A su hijo le impusieron una materia (estudios de la realidad social argentina) que lo obligaba a leer libros de Marx, Engels, Fidel Castro y el “Che” Guevara. A eso se le llamó “transformación educativa y cultural”. Linda frase. Sonora. A lo mejor a usted mismo le pareció, entonces, algo importante. ¿Sabe qué significó esa materia y esa “transformación educativa y cultural”? Anote: 5757 profesores expulsados. En pocas palabras, una purga marxista a la manera de la Unión Soviética. Su hijo, por aquellos días, oía hablar del “compañero decano”, de “liberación”, de “patria socialista”. El marxista peronista Rodolfo Puiggrós gobernaba la Universidad de Buenos Aires, y la de Bahía Blanca la manejaba el terrorista Víctor Benamo. Mientras tanto, Francisco Urondo, un escritor marxista implicado en el asesinato del almirante Berisso, hacía y deshacía en Filosofía y Letras. Raúl Aragón, rector del Colegio Nacional Buenos Aires, proclamaba: “Los combatientes lucharon por el cambio y son la garantía de una Argentina que va hacia el socialismo. Hay que continuar la lucha..” Se llegó a proponer un sistema curioso. Que los alumnos se calificaran mutuamente, o bien que se prorratearan las notas. Ejemplo: su hijo, con esfuerzo y tal vez sacrificio, estudiaba y sacaba un 10. Un compañero de su hijo, que no estudiaba y se pasaba el día pintando carteles guerrilleros, sacaba un 1. Pero como estaba prohibido “estimular la competencia capitalista” el 10 de su hijo se dividía por 2, y así le tocaban 5 puntos al vago guerrillero, que además gozaba de todas las ventajas de una universidad gratuita. La que usted, con sus impuestos, les regalaba. Le puedo contar cien o mil casos similares. Pero creo que es suficiente.

Durante ese tiempo, muchos hijos de familias honestas y trabajadoras, de familias que los habían educado dentro de un sistema de valores donde Dios, la Patria, la familia, el respeto por el prójimo, la escuela, la propiedad y las jerarquías ocupaban un lugar importante, fueron adoctrinados sutilmente. Los ideólogos de turno les dijeron que todo eso era mentira, y en muchos casos consiguieron que su presa empuñara las armas y pasara a la guerrilla. Yo supongo que muchos padres vieron el peligro. Las malas compañías, las reuniones sospechosas, los libros extraños, el desorden de costumbres. Pero no hicieron nada. No se defendieron contra la agresión. Se callaron. Fueron cómplices. Por amor o por comodidad o por indiferencia o por cobardía fueron cómplices. No hablaron con sus hijos. No les preguntaron nada. No intentaron detenerlos. Tampoco denunciaron el caso cuando se desató -por fin- la lucha contra la guerrilla. Y a lo mejor terminaron en la morgue, reconociendo el cadáver de su hijo o su hija. Cuando era demasiado tarde para arrepentirse.

Después del 24 de marzo de 1976, usted sintió un alivio. Sintió que retornaba el orden. Que todo el cuerpo social enfermo recibía una transfusión de sangre salvadora. Bien. Pero ese optimismo -por lo menos, en exceso- también es peligroso. Porque un cuerpo gravemente enfermo necesita mucho tiempo para recuperarse, y mientras los bacilos siguen su trabajo de destrucción. Hoy, aún cuando el fin de la guerra parece cercano, aún cuando el enemigo parece en retirada, todavía hay posiciones claves que no han podido ser recuperadas. Porque hay que entender algo, con claridad y para siempre. En esta guerra no sólo las armas son importantes. También los libros, la educación, los profesores. La guerrilla puede perder una o cien batallas, pero habrá ganado la guerra si consigue infiltrar su ideología en la escuela primaria, en la secundaria, en la universidad, en el club, en la iglesia. Ese es su objetivo principal. Y eso es lo que todavía puede conseguir. Sobre todo si usted, que tiene hijos, no está alerta.

Entienda algo y de una vez por todas. Esta guerra no es de los demás. También es suya. Si usted manda a su hijo a un colegio -religioso o laico- cumple apenas una obligación civil. Eso no es lo más importante. Lo importante es que cumpla también con las leyes morales de su sociedad y su cultura. ¿Cómo? No es tan difícil. Interésese por los libros que los profesores o los sacerdotes le recomiendan a su hijo. Sea cauteloso ante las actividades escolares que no son estrictamente materias de promoción, como por ejemplo Catequesis o Moral. No mire con indiferencia o con absoluta conformidad otras actividades que se presetan a desviaciones: los campamentos, los encuentros de convivencia, los retiros espirituales, las visitas a villas miseria. Usted tiene una gran responsabilidad en esto. Porque uste no sabe -no puede saber- qué cara tiene el enemigo. O de qué se disfraza. Usted le entrega, le regala a su hijo a la escuela durante muchas horas por día – a veces durante semanas enteras- e ignora qué ocurre. Seguramente lo estarán educando como corresponde. Pero cabe la posibilidad de que no sea así. Y un día, cuando su hijo empieza a discutir con usted, cuestiona sus puntos de vista, habla de “brecha generacional”, afirma que todo lo que aprende en la escuela es bueno y todo lo que aprenda en la casa es malo o está equivocado, ya es demasiado tarde. Su hijo está hipnotizado por el enemigo. Su mente es de otro. De allí a la tragedia hay un corto y rápido paso. Si eso ocurre y un día usted tiene que ir a la morgue a reconocer el cadáver de su hijo o de su hija, no puede culpar al destino o a la fatalidad. Porque usted pudo haberlo evitado.

Por ejemplo: ¿usted sabe qué lee su hijo? Repasemos. Yó sé que hay colegios donde “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, es texto obligatorio. “Cien años de soledad” es para muchos una novela bien escrita, interesante, llena de ganchos, entretenida. Pero… ¿usted la leyó? A lo mejor no. Confía en que es buena porque leyó comentarios, críticas, elogios. Porque fue best-seller. Porque durante mucho tiempo medio mundo habló de ella. Y de pronto en esa confianza hay un error. Yo la leó y me gustó. Pero yo soy un adulto. Y tengo una hija adolescente. ¿Y qué quiere que le diga? A mí no me gusta que mi hija adolescente lea -y menos por obligación- una novela que rezuma sexo, hedonismo, infidelidades y descripciones sicalípticas. En otros colegios ya no se lee a Cervantes. Ha sido reemplazado por Ernesto Cardenal, por Pablo Neruda, por Jorge Amado. Buenos autores para adultos seguros de lo que quieren, pero malos para adolescentes acosados por mil sutiles formas de infiltración y que todavía no saben lo que quieren. Si usted no los leyó, léalos y saque conclusiones. Eso también es parte de su trabajo y de su responsabilidad en este tiempo y en esta guerra. Piense que si no lo hace, de pronto tiene que aceptar que “Las venas abiertas de América Latina”, por ejemplo, sea uno de los libros de texto de su hijo. No se asombre. Ocurrió.

Por eso, por todo eso, y por mucho más, prudencia. Cautela. Vigilancia. Analice las palabras que su hijo aprende todos los días en la escuela. Hay palabras sonoras, musicales, que forman frases llenas de belleza. Pero que encierran claves que el enemigo usa para invadir la mente de su hijo. Cierto tono clasista en los comentarios, la palabra “compromiso”, descripciones del mundo como un mundo de pobres y ricos, y de la historia como una eterna lucha de clases. Por ese trampolín se salta rápidamente de la educación bancaria (la tradicional, la que reconoce jerarquías: el alumno en el banco y el profesor en el estrado) a la “educación liberadora” que preconizaba Paulo Freire, un ideólogo de Salvador Allende. ¿Sabe qué postula la “educación liberadora”? Yo se lo digo. Nada de jerarquías. Igualdad entre profesores y alumnos. Lo mismo el que sabe que el ignorante. En una palabra: anarquía.

Creo que esta carta llega a su fin. De ahora en adelante mucho -casi todo- depende de usted. No basta con almidonar el guardapolvo, comprar los libros y los cuadernos, y pagar la cooperadora. Hay otras responsabilidades más profundas. Esté atento. No se deje sorprender. Cuando le digan que un colegio es “serio”, no traslade toda la responsabilidad a los otros. Interésese. Averigüe y controle. Esta carta no pretende alarmalos, señora, señor. No le pide tampoco que desconfíe hasta de su sombra. Simplemente le pide prudencia, que se interese -con más esfuerzo, si es posible- por el mundo que rodea a su hijo. ¿Sabe por qué? Porque lo que pasó durante la pesadilla del Camporismo no surgió por generación espontánea. Fue el resultado de veinte años de “trabajo” sutil de una cultura para matar otra cultura. Y ese trabajo sigue. En muchas trincheras. Se acabaron los buenos y viejos tiempos. La señorita Rodríguez puede ser una monada. Pero no deje librado todo a otros. Porque si usted se desinteresa, no tendrá derecho a cultar al destino o a la fatalidad cuando la llamen de la morgue.

Un amigo”"”"

Era masiva la lectura de gente, en esos años?
Dejó alguna enseñanza? Algún aprendizaje?
Escribían así todos los medios? o solo las revistas?

domingo, 5 de septiembre de 2010

Grondona-Massera-grondona

Mientras leía en la nación el escrito de Grondona, el domingo 28 de agosto, me decía en mis pensamientos, esto yo ya lo escuché o lo leí antes, alguna vez. No exactamente lo mismo, pero si la misma idea.
Muchos sabemos cual es el pensamiento del columnista de la gran tribuna de doctrina, el diario que según algunos es la argentina misma, pero es bueno recordar, cada tanto, para algunos que se olvidan.
Y me puse a buscar.
Y encontré el alegato del “comandante cero” ante los jueces que lo juzgaron en el comienzo de la democracia en 1985. http://www.newcubacoalition.org/spanish/articles/articles_sp_Alegato.htm
Dice Massera en su alegato del juicio a las juntas:
Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa. Y la guerra contra el terrorismo fue una guerra justa. Sin embargo yo estoy aquí procesado porque ganamos esa guerra justa. Si la hubiéramos perdido no estaríamos acá -- ni ustedes ni nosotros --, porque hace tiempo que los altos jueces de esta Cámara habrían sido sustituidos por turbulentos tribunales del pueblo y una Argentina feroz e irreconocible hubiera sustituido a la vieja Patria.

Pero aquí estamos. Porque ganamos la guerra de las armas y perdimos la guerra psicológica. Quizás por deformación profesional estábamos absortos en la lucha armada; y estábamos convencidos de que defendíamos a la Nación y estábamos convencidos y sentíamos que nuestros compatriotas no sólo nos apoyaban. Más aún, nos incitaban a vencer porque iba a ser un triunfo de todos. Ese ensimismamiento nos impidió ver con claridad los excepcionales recursos propagandísticos del enemigo y mientras combatíamos un eficacísimo sistema de persuasión comenzó a arrojar las sombras más siniestras sobre nuestra realidad hasta transformarla, al punto de convertir en agresores a los agredidos, en victimarios a las víctimas, en verdugos a los inocentes….”



Dice Grondona
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1299199

Toda guerra tiene dos rostros. Uno de ellos es la guerra en sí misma, que unos ganan y otros pierden. El otro es el relato de la guerra. Habitualmente, el relato de la guerra ha quedado en manos de los vencedores. Si leemos, por ejemplo, las proezas de los griegos en las Guerras Médicas, cuando rechazaron las invasiones persas, tomamos con cierta precaución el dato de que los ejércitos de Atenas y Esparta contaban apenas con algunos miles de combatientes mientras los persas sumaban un millón porque la versión de las Guerras Médicas que llegó a nosotros es sólo el relato de los vencedores. Por eso llama la atención que, pese a que el Ejército venció a los Montoneros en la guerra civil de los años setenta, su relato haya quedado en manos de los vencidos y no de los vencedores.
El relato de la guerra de los años setenta atravesó, en verdad, dos versiones. En una primera versión, que llegó hasta 1983, el Ejército quiso imponer la interpretación según la cual había derrotado al terrorismo montonero en defensa de la civilización occidental. Pero a partir de 1983 esta versión que llamaríamos antisetentista empezó a ser reemplazada por otra versión setentista según la cual los vencedores de los setenta habían sido sin excepciones inhumanos, represores, en tanto que sus vencidos, jóvenes idealistas, eran víctimas de la sistemática violación de sus derechos humanos. (Sigue)



¿Quién se animaría a tildar de criminales de guerra a todos los señores de la buena sociedad? Hannah Arendt.